domingo, 3 de octubre de 2021

Gaytán, el restaurante gañán

 
Hace mucho que no me pongo a escribir sobre restaurantes a los que voy. Hace tiempo tuve la intención de tener un instagram gastronómico, pero como no me gusta nada usar el móvil para escribir o gastar demasiado tiempo haciendo fotos de cosas que podría comer en lugar de hacer fotos,  acabé  escribiendo menos de lo esperado.

La decisión de escribir sobre el Gaytán ha surgido desde la necesidad de evitar que más gente invierta buena parte de su tiempo (tardan mucho en servir) y de su dinero (es increíblemente caro para lo que te dan) en ese lugar que no sabrá ni Dios como, tiene una estrella Michelin.

Empecemos por el principio: no es que me espere que me hagan la “ola” cuando llegue a un restaurante, pero una sonrisa y  un “Buenas Noches” que no parezcan arrancados bajo tortura son siempre bienvenidos.
Nada más entrar debo decir que la cosa prometía: sofás, verde, mucha madera:  podemos decir que el Gaytán acierta en todo lo que viene a ser aparentar, “dar la impresión de” - la experiencia sin embargo, va totalmente en contra de la belleza del entorno.

¿Alguien me podría explicar qué publicista/arquitecto/whatever, dijo que sería una idea cojonuda empezar el menú de pie, entre un montón de hierba y plantas de plástico, buscando entre los musgos (yo confieso, tardé en encontrar dos de ellos)  unos bocados que no estaban del todo mal (mi opinión , el Bicho echó pestes de ellos) regados a kombucha (ese invento hipster infernal)? A todo eso que podría estar en uno de los círculos de infierno de Dante, tenemos que añadir a dos chicos jóvenes, tratando de explicar que llevaban los aperitivos y observándonos  con cara de: a ver si terminan rápido.

Todos sabemos lo cómodo y divertido que es que extraños te observen mientras comes a menos de 2 metros de distancia.

Lo gracioso es que la explicación resulta más surrealista que la puesta en escena: Te dan 4 bocados bastante intensos con la premisa de “limpiar el paladar” antes del menu - acompañados de la maldita kombucha - la bebida más barata que puedes servir y todavía presumir de restaurante hípster.

Al entrar ya al salón principal grata sorpresa: cocina abierta, luz perfecta, mesas en línea que recordaban un poco el cole pero un restaurante especialmente bonito. Me olvidé de la selva amazónica sintética de la entrada y empecé a soñar con la cena que teníamos por delante.

Se acerca un chico sonriente (uu!) que se presenta como sommelier y nos pregunta si champagne o cava. Bien. Yo pregunto cuáles tienen, me dice de esperar y vuelve con dos botellas:  una de champán y otra de cava - qué os apetece más?  Se agradecía tanta simpatía pero digamos que un poco más de info sobre las 2 opciones sería de gran ayuda, ya que nuestra idea no era elegir con base al “pinto pinto gorgorito” - que fue lo finalmente ocurrió.

Los platos… qué decir de los platos. La primera entrega “ya en serio”, eran dos platos otra vez inmersos en un montón de plantas artificiales del chino. Parecía una versión botánica y gastronómica del ¿Dónde está Wally? con la absurda excusa de que eran platos “vegetales” - no vegetarianos, pero vegetales y eran tan, tan malos que a partir de allí nuestra elegante cena se convirtió, con el menu corto, en dos horas y media de cachondeo.

Nos lo hemos tomado a coña, menos mal, que el pan fuera claramente de por lo menos dos días atrás y que cuando me di cuenta de que había dos tipos de panes y solo me daban el malo, pregunté por el otro y no solo no me lo han dado, si no que me dijeron que era sólo para la segunda parte de la cena. Lo que me cabreó pero me dio algo de esperanza de que podría ser algo por lo menos decente, pero no, el  prometido pan de maíz era igual de malo que el anterior pero por lo menos, estaba claro que no se había hecho con días de antelación. Yey!

El menu siguió su curso con mucho más pena que gloria y con mucho, mucho rato de espera. Había un plato de caballa que el pescado estaba muy rico y en su punto y volvimos a llenarnos de esa esperanza típica de los días donde hace malo y parece que sale un rayo de sol: pero nada. La pobre y bien ejecutada caballa venía flotando en un mar raro de aceituna con piparras y tampoco nos ha podido salvar la velada.

Para no decir que no he hablado de las flores, se puede decir que el plato del huevo cremoso estaba bastante bien y era lo que se parecía más remotamente a un plato de un restaurante e ese estilo - cosa que confirmó otro camarero (que también hacía de sommelier y nos intentó vender un vino describiendo las uvas de otro) - era el plato preferido del menu.

Para terminar, un postre que parecía salido de un curso de cocina para recién divorciados, mezclaba algo que debería ser un melocotón en almíbar con un chocolate que más parecía un kit Kat con almendras. Malos ingredientes, mal ejecutado. Difícil explicarlo o entenderlo. Ni lo hemos terminado.

Y como último paso nos traen una caja de madera que no cabe en la mesa,  abierta lentamente y con mirada cansada del camarero con unos petit fours salidos de la caja de Pandora:  dos con chocolates, una fresa rellena de un cheese cake malo y un cuadradillo que no sé bien como llevaba maracuyá y marshmallow y aun así, lograba la proeza de ser horrible.

La guinda del pastel es que cuando me traen el menu impreso, hay 3 platos que no estaban en nuestro menu y cuando le comento que creo que ese no ha sido el menu que hemos comido, me mira mal e intentar convencerme que solo había un cambio: la pularda por la vaca. No, hay 3. Se va todo cabreado y a los 5 minutos vuelve y no contesta a mi “Muchas gracias”.

Ha sido una cena mala, en un restaurante realmente bonito y con un servicio que intentaba, pero dejaba entrever que no estaban muy contentos de estar allí. Si puedes evitarlo, hazlo. Excepto que te sobre el dinero y lo que quieras es ver en directo qué poco hace falta hacer para conseguir y mantener la tan buscada Estrellada Michelin.



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